Derecho

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2 de septiembre de 2022

LA ENCRUCIJADA DE LAS FAMILIAS EN TIEMPOS DE PRE Y POS CONTRACTUALISMO

El modelo del familismo latinoamericano sigue vigente

Familias, posfordismo y quiebre del modelo keinesiano

Autor: Giampietro Schibotto Corona

Área de Familia, Infancia y Sociedad, Facultad de Ciencias Sociales y Humanas, Universidad Externado de Colombia

Las opiniones expresadas en esta publicación son del autor. No pretenden reflejar las opiniones del Observatorio o de la Universidad Externado de Colombia


1.     El nuevo contexto económico

Ya no hay duda de que nos encontramos, por lo que se refiere al contexto económico, no solo a una época de cambio, sino a un verdadero y propio cambio de época, que radicaliza la explotación de la fuerza de trabajo, se deshace de la categoría de los derechos, desarticula la antiguas solidaridades colectivas y finalmente opera en una fundamental supresión y anarquía de cualquier forma de regulación de las relaciones capital-trabajo. El Estado se reduce, en este nuevo contexto, a un exangüe ectoplasma, achicado por el predominio de formaciones predatorias transnacionales, y transformado en la sombra de lo que fue, si es que realmente llegó a serlo en algún momento. 

Con la desregulación de la relación capital-trabajo, con lo que se ha convenido llamar el pre y el poscontractualismo, con los procesos de globalización jerárquica que instalan relaciones de un nuevo desequilibrio entre centro y periferia, con el progresivo pero radical debilitamiento del Estado del welfare o Estado social (en Colombia el tan celebrado y retóricamente pomposo Estado social de derecho’, con la descolectivización, reindividualización y refamiliarización de los riesgos, con el desborde de la lógica mercantil a todo ámbito de la sociedad, con el instalarse del postfordismo “bioproductivo”, con la trasnacionalización de todos los aspectos de la vida económica, con la reprimarización energético-minera de las economías periféricas, con el pase de las políticas públicas del modelo de aseguramiento a políticas de neoasistencialismo construidas sobre una focalización centrada en la vulnerabilidad y no en el horizontes de la universalidad de los derechos de la ciudadanía: con todo ello, y más allá de los bombos y platillos de la falsa retórica centrada en el progreso y en el bienestar, se asiste de hecho al configurarse de un nuevo modelo de acumulación que asume rasgos de una salvaje e impiadosa redistribución de la riqueza mundial en favor del capital y con modalidades de extracción de plusvalía que obedecen a una lógica de hipermaquiavelismo, en donde lo humano pasa por un proceso de inmisericorde instrumentalización. 

Todo ello se traduce en una nunca vista y obscena concentración de la riqueza. Cerca de la mitad de la riqueza mundial está en manos del uno por ciento de la población, que posee en conjunto unos 110 billones de dólares (81 billones de euros), según los datos divulgados por la organización humanitaria Oxfam. 

La riqueza mundial está dividida en dos: casi la mitad está en manos del 1% más rico de la población, y la otra mitad se reparte entre el 99% restante. El Foro Económico Mundial considera que esta desigualdad supone un grave riesgo para el progreso de la humanidad. La desigualdad económica extrema y el secuestro de los procesos democráticos por parte de las élites son demasiado a menudo interdependientes. La falta de control en las instituciones políticas produce su debilitamiento, y los gobiernos sirven abrumadoramente a las élites económicas en detrimento de la ciudadanía de a pie. La desigualdad extrema no es inevitable, y puede y debe revertirse lo antes posible. 

Siempre el mismo informe del Oxfam destaca que la mitad más pobre de la población mundial posee la misma riqueza que las 85 personas más ricas del mundo. 

Este es el modelo civilizatorio que se está imponiendo en todo el mundo, un modelo que gira alrededor de un sistema de acumulación salvaje enmarcado dentro de una universal y pervasiva mercantilización y de la siempre más acelerada e impiadosa producción de ‘excedentes humanos’, miles de millones de hombres ‘prescindibles’, desafiliados, ‘humanidad de sobra’. Como nos recuerda Vivianne Forrester: «Aquí aparece quizá la sombra, el anuncio o el rastro de un crimen. No es poca cosa cuando una sociedad lúcida, sofisticada, conduce a toda una ‘población’ (en el sentido que le dan los sociólogos) como quien no quiere la cosa, hasta los extremos del vértigo y la fragilidad: a las fronteras de la muerte y tal vez más allá. Tampoco es poca cosa inducir a aquellos a quienes avasalla a buscar, mendigar un trabajo, de cualquier tipo y a cualquier precio (es decir, el menor). Y si no todos se entregan en cuerpo y alma a la búsqueda vana, la opinión general es que deberían hacerlo». 

A finales de los años 70, la crisis económica iniciada por dos choques en los precios del petróleo reveló el agotamiento del régimen de acumulación de capital de la época del industrialismo. Desarrollado en torno a una economía productiva basada en factores tangibles (tierra, capital y trabajo), y dependiente del Estado-Nación para las reglas nacionales del juego de acumulación, el régimen de acumulación del capitalismo industrial entró en crisis irreversible. Eso dio inicio a la formación de un régimen de acumulación de capital, de naturaleza corporativa, de carácter transnacional, de alcance global y dependiente de un factor intangible (información, financiarización y virtualidad). Los cambios derivados de esta revolución económica, que integran a la llamada globalización, bajo etiquetas como reajuste estructural, reforma económica, 

modernización productiva, privatización, liberalización, desreglamentación, mega- fusiones, reconversión productiva, flexibilidad laboral, dolarización de las economías nacionales, integración regional y fondos competitivos, no pertenecen a la época del industrialismo; ellos están cambiándo la bajo una nueva visión económica de mundo. 

Todo ello, por supuesto no se limita a modificar marcos macroeconómicos abstractos. Las resonancias sistémicas de la masacre epocal que se está consumiendo repercuten en la cotidianidad de miles de millones de personas concretas, cuyos proyectos de futuro, individuales, familiares, colectivos, comunitarios, nacionales, resultan destrozados por la lógica de una universal mercantilización. Siempre más grupos poblacionales numerosos, en cada rincón del mundo se descubren sobrantes en el lugar en donde nacieron y en donde se encuentren y son empujados a moverse en un desplazamiento hacia ilusorias posibilidades de reterritorialización. Las distintas formas de un nomadismo obligado y genocida, se vuelven una cifra determinante no tan sólo del panorama del mundo globalizado del mundo de hoy, sino de ya recordado y específico modelo de acumulación capitalista postfordista o de la modernidad tardía. Los millones de mexicanos que han cruzado la frontera para recolocarse como fuerza de trabajo barata en los Estados Unidos, los emigrantes africanos que se escapan de la guerra o del impiadoso “land grabbing” y de la destrucción de sus milenarias formas de economía familiar campesinas, los sirios que huyen hoy de un desplome de su nación que la deja como carne de cañón, los siete millones de desplazados de Colombia que desde su comunidades campesinas y/o indígenas se han visto impulsado a venirse en ciudades que los tragan y los escupen en las ínfimas estratificaciones de la exclusión. Toda esta bíblica trasmutación de un lugar a otro, este cambio de territorio, esta masiva y ubicua itinerancia, diáspora, éxodo, destierro, trashumancia, con su descomunal carga de sufrimiento, muerte, desarraigo, humillación resentimiento, deshumanización no surgen de la nada o de un capricho de miles de millones de personas y pueblos, sino que es el resultado de un conjunto de formaciones predatorias y por otro lado produce a su vez una inconmensurable cantidad brutalidades elementales. 

En tal contexto se modifican profundamente también las condiciones laborales de la mayoría de los trabajadores en todo el mundo. Una serie convergente y compleja de fenómenos económicos, políticos, culturales rompe definitivamente con el modelo anterior de las relaciones capital-trabajo. El resultado de todo ello es una acelerada expulsión de contingentes siempre más amplios de fuerza de trabajo de los procesos productivos, fuerza de trabajo que en parte (minoritaria) se reubica en formas mucho más precarizada, inestable, flexible, incierta y con niveles de vida siempre más ínfimos. Para la mayoría de los expulsados no queda otro destino sino lo de volverse, lo repetimos, excedentes, innecesarios, prescindibles, desafiliados de cualquier contrato social, ya sea explícito que implícito. Esta forma dramática expulsión no necesariamente se traduce en una migración de un lugar otro, pero si en una migración de un territorio de derechos, de protección, de certidumbre, a uno de horror, de desamparo, de inquietud y de angustia, además que de carencias materiales. Esta exclusión masiva, éticamente repugnante, es la lógica intrínseca del actual sistema de acumulación, que recupera su rostro saqueador y bárbaro, una suerte de modernización infrahumana de la acumulación originaria. Se expulsa humanidad de cualquier lugar social, se les roba el sentido de una función social, de una identidad y de una pertenencia, haciendo patente el desmoronamiento de las antiguas solidaridades colectivas y una reindividualización de los riesgos. 

Por supuesto que todo ello recae en las familias, cuyas configuraciones no pueden hoy en particular prescindir de esta coyuntura histórica, y a las cuales muchas veces miramos desde una substantiva ‘adiáfora’ o ‘ceguera moral’ (Bauman), sin entender que el mal se revela con más frecuencia en la cotidiana insensibilidad al sufrimiento de los demás, en

la incapacidad o el rechazo a comprenderlos y en el eventual desplazamiento de la propia mirada ética. El mal y la ceguera moral acechan en lo que concebimos como normalidad y en la trivialidad y banalidad de la vida cotidiana, donde justamente se instalan las familias. 

2.     Líneas de tensión y de ruptura en las familias contemporáneas

Línea de tensión 1

La primera línea de tensión se focaliza en las vulnerabilidades derivadas de los patrones de división social de los trabajos productivos y reproductivos en los países de América Latina y el Caribe, y en especial, de aquellas que se manifiestan en la dimensión demográfica y el mercado laboral. 

Se trata de tensiones y también de activos que se van configurando en el marco de lo que se ha convenido llamar la transición demográfica de América latina. La transición demográfica ha sido descrita como un proceso de larga duración, que transcurre entre dos situaciones o regímenes extremos: uno, inicial, de bajo crecimiento demográfico con altas tasas de mortalidad y fecundidad, y otro, final, de bajo crecimiento pero con niveles también bajos en las respectivas tasas. En este marco América Latina está transitando la fase de disminución de la fecundidad, que se ha producido en forma rápida, después de haber experimentado cambios importantes en la mortalidad desde antes de la segunda mitad del siglo pasado -aunque todavía con un amplio margen de posible reducción-, con el resultado de una tasa de crecimiento en descenso. 

Se señala, en este sentido, que una tendencia que incide en el alivio de las tensiones citadas es la disminución sostenida de la proporción entre niños(as) y mujeres, lo cual redunda en la disminución de la carga de trabajo reproductivo de las mujeres. Sin embargo, también está aumentando la proporción de personas adultas mayores con respecto a la de mujeres en edad económicamente activa. Esta tendencia incide en el aumento de la carga de trabajo reproductivo de las mujeres. En otras palabras, la transición demográfica resulta ser un fenómeno extremadamente complejo que reconstruye dinámicamente equilibrios y desequilibrios familiares, cambiando las especificidades propias de las diferentes coyunturas históricas. Por ejemplo, hay que considerar que la tasa de fecundidad sigue siendo de toda manera relativamente alta, colocándose alrededor del 2,5 (hijos por mujer). Pero, más allá de ello, podríamos hacer otras consideraciones. Por ejemplo, el discurso se hace más complejo si consideramos que la disminución del número de hijos se acompaña también a mayores requerimientos en el cambio de los estilos de crianza; mientras que por otro lado la figura del adulto mayor siempre más asume valor de activo y no solo de foco de tensión, sobre todo en cuanto proveedor complentario y cuidador. 

También hay que considerar que en aquellas situaciones, geográficas o de estratificación social, que todavía presentan tasas de fecundidad muy elevadas, se crea un foco de tensión de doble filo. La alta fecundidad tendría que estar asociada con menor participación laboral femenina. Sin embargo, en el marco económico anteriormente ilustrado, se agrava la necesidad de generar ingresos para mantener a sus hijos, y por ende las mujeres pueden verse impelidas a realizar trabajos remunerados. De esta forma, las tensiones entre los trabajos de crianza de los hijos(as) y las necesidades de ingresos para mantenerlos(as) pueden impulsar a las mujeres a ubicarse en dos esquemas de vida dicotómicos: la reclusión doméstica y la inserción laboral forzada. 

Línea de tensión 2

De allí que se va configurando una línea de tensión central, sobre la cual se insistirá también en otra ponencia, relacionada con la dificultad de conciliación entre tiempos de trabajo, tiempo familiares y tiempos de cuidado. Esto es uno de los nudos centrales de las potenciales implosiones conflictuales al interior de las familias. La que se podría llamar la ‘cronovulnerabilidad’, nos permite entender como las líneas de tensiones no pasan solo por la vertiente de las carencias materiales, sino también por la de las inmateriales. En este cuadro el ‘tiempo’ o tal vez mejor se podría decir la ‘temporalidad’ se presenta como un eje fundamental, alrededor del cual giran procesos no siempre equilibrados y funcionales de reconfiguración de los perfiles relacionales y transaccionales de las familias.

También en este caso estamos frente a situaciones complejas, en donde con frecuencia se presentan potenciales paradojas o antinomias que imponen superar esquemas interpretativos o predictivos mecánicos, simplista y lineales. Por ejemplo, las dificultades para conciliar las responsabilidades familiares y laborales parecen, paradójicamente aumentar en los hogares con mayor capacidad de absorber trabajo reproductivo: los biparentales con hijos(as) y extendidos, en la medida en que crece la incorporación de las mujeres que los integran a las actividades remuneradas. El problema puede presentarse también en familias de estratos altos, con doble fuente de ingreso, aunque en este caso el trabajo reproductivo se confía en gran parte a relaciones mercantiles.

Línea de tensión 3

Los compases rítmicos con los cuales se presentan modificaciones en los distintos ámbitos de los procesos de modelación familiar no son sincrónicos, sino en muchos casos desafinados entre ellos, lo que produce frecuentes arritmias por el cruzarse de procesos bradicárdicos y taquicárdicos de modificación. Así, por ejemplo los procesos de modificación económica, en muchos casos, son improvisos y traumáticos, mientras que los procesos de modificaciones de patrones culturales son lentos, a veces de larga duración. Esta fundamental discronía produce tensiones muy fuertes, sobre todos en el ámbito de las relaciones de género. 

De allí, por ejemplo, el problema representado por la así llamada “doble jornada”. Si varios fenómenos empujan las mujeres hacia el mercado de trabajo, sin embargo ello no se traduce necesariamente en un mayor nivel de corresponsabilización en las tareas productivas. Se determina un desajuste en el ritmo de las modificaciones paralelas, culturales y económicas, que se vuelve potencial foco de tensiones y conflictos. En este caso los procesos de construcción de nuevos modelos de masculinidad son todavía muy embrionarios, residuales y lentos, determinándose una fundamental disfuncionalidad entre roles nominales y roles efectivos, con problemas de reconocimiento, de equitativa distribución de cargas y de real modificaciones en el reparto de poder. 

Línea de tensión 4

Todo ello se puede traducir en una tensión insostenible, llegando a configurarse a una suerte de retroceso aparentemente autoimpuesto con relación a las dinámicas de inserción de las mujeres en el mercado laboral. Tanto la brecha ocupacional como la brecha salarial siguen siendo muy fuertes en la comparación de género, y se radicalizan si consideramos también el subempleo y la concentración de la brecha de género con la breca intergeneracional (jóvenes mujeres). Todo ello no siempre asume la forma de una verdadera expulsión, sino se esconde en una decisión autoexcluyente que las mujeres en particular se ven obligadas a tomar, en la imposibilidad de aguantar por mucho tiempo la doble jornada, considerando también la siempre más dura selectividad del acceso al mercado de servicios y el debilitamiento tanto de las política sociales así como de los lazos vecinales y comunitarios. 

Todo ello deriva en muchos casos en una causa de exclusión o abandono del mercado laboral; los resultados obtenidos a partir de encuestas nacionales de distintos países, ratifican la influencia de los factores familiares, con un alto porcentaje de mujeres señalando que se encontraba en esa condición debido a que tenía que atender las tareas domésticas o a que no tenía con quién dejar los hijos. 

Una respuesta frecuente a todo ello es la trasformación del ámbito doméstico en una unidad productiva informal, por la necesidad de generar ingresos (ver Martínez Franzoni), y más en general en el autoempleo informal de todos los miembros de la familia (aumento de la posición ocupacional de “trabajador familiar no remunerado”) De esta manera el límite entre trabajo productivo y reproductivo se hace borroso y, sobre todo, poroso, se ensancha la zona fronteriza, el “espacio del medio” que permite el flujo entre el trabajo remunerado y la economía del cuidado. 

Línea de tensión 5

Todo lo dicho anteriormente se traduce en una sobrecarga que pesa en la familia y que produce un aumento de las disfuncionalidades. Como resultado de los desfases entre la organización familiar y la del trabajo productivo en los países de la región, se están generando tensiones formidables en los niveles individual, familiar, comunitario y social. Esas tensiones se presentan en primera instancia como choques en el uso del tiempo, y luego derivan en la agudización de los conflictos emocionales de quienes los experimentan, las desigualdades de poder dentro de las familias, el desgaste de las relaciones de pareja y entre padres e hijos(as), los desequilibrios de oferta y demanda laboral, y el deterioro del bienestar de los miembros de los hogares, entre otros aspectos. 

En el nivel individual, el mayor impacto de esas tensiones lo experimentan por una parte las mujeres –debido a su doble papel de trabajadoras reproductivas y productivas- y por otra parte las personas menores de edad, por el deterioro de las condiciones en que son cuidadas y tratadas. Los hombres adultos se ven afectados por el deterioro de las relaciones de pareja, las presiones para modificar patrones masculinos de género en el marco de los nuevos arreglos de división sexual del trabajo en los hogares, y las presiones inherentes a una condición de hombre proveedor que no logra ser reformulada fácilmente debido a las restricciones de inserción laboral femenina. Para las personas adultas mayores, las tensiones bajo análisis pueden implicar a veces el deterioro de las condiciones en que son cuidadas, y otras veces, el tener que asumir trabajos reproductivos o remunerados en momentos de la vida en que no se está en condiciones adecuadas para asumirlos. En los hogares más pobres, las tendencias mencionadas se ven potenciadas por los círculos viciosos que se generan entre la desigualdad social, la de género, la de edad.

Al igual que en otros períodos en que ha habido crisis económicas en la región, es esperable que la actual crisis económica internacional profundice las tensiones entre los ámbitos laboral y familiar. Esas tensiones se expresarán no solamente en el mercado de trabajo, tal como se ha comentado anteriormente, sino también en los hogares y especialmente en los más pobres o en riesgo de serlo. En ellos, es esperable que aumenten las presiones por generar ingresos para las mujeres en edad laboral, lo cual a la vez tiende a aumentar el trabajo informal precario y el deterioro de las condiciones de trabajo reproductivo doméstico. Se podría reducir la cobertura de servicios básicos, como el agua, la electricidad o la telefonía, debido a falta de pago por parte de hogares pobres; con ello se deteriorarían las condiciones de vida y de trabajo reproductivo en esos hogares. También es probable que muchos(as) niños(as) y adolescentes se dediquen a realizar trabajos remunerados o sustituir a las mujeres adultas en sus tareas domésticas, mientras estas tratan a su vez de generar ingresos. Todo esto se suma a otros costos menos tangibles, como el aumento de la tensión emocional, las enfermedades y la violencia doméstica.

3.     Regímenes de bienestar y el “ familismo latinoamericano”

Una categoría conceptual que resulta especialmente útil para analizar los factores determinantes de los choques entre los ámbitos familiar y laboral es la de régimen de bienestar. Según Espín-Andersen (2001), la distinción entre tipos de regímenes puede ser efectuada “de acuerdo con la distribución de responsabilidades sociales entre el Estado, el mercado y la familia (los que constituyen la “tríada del bienestar”) y, como elemento residual, las instituciones sin fines de lucro del ‘tercer sector’”. Falta sin embargo en este esquema las redes vecinales y comunitarias, que aparecen en muchos casos de no secundaria importancia en las dinámicas de generación de activos y en el círculo de vulnerabilidad-generatividad. Ello aparece en muchas investigaciones de la región y también en los primeros resultados de nuestra propia investigación que, como Área de Estudios de Familia de la Facultad de Ciencias Sociales y Humanas de la Universidad Externado de Colombia, estamos haciendo con familias del municipio de Chía, aledaño a Bogotá. 

En la época del fordismo se apuntaba a una suerte de equilibrio entre los tres actores fundamentales, sin darles mayor importancia a las redes vecinales y comunitarias. Este modelo de equilibrio se ha venido abajo en el posfordismo, en donde la precariedad laboral, la siempre mayor selectividad del mercado y el debilitamiento del estado social se traduce en procesos de exclusión o de inclusión precaria de las mismas familias. 

Para América Latina, una clasificación de regímenes de bienestar, que incluye la dimensión de género, se encuentra en Martínez-Franzoni (2007). En ese estudio se identifican tres tipos principales de regímenes. Dos tienen estados fuertes (el proteccionista y el productivista) y uno tiene estado débil (el familiarista). Los dos primeros tienen en común una modernización avanzada, una transición demográfica plena o avanzada, y la predominancia del trabajo formal sobre el informal; comprenden a países como Argentina, Chile, Brasil, Uruguay, México, Costa Rica y Panamá. Los productivistas –Argentina y Chile- se caracterizan del resto de los que tienen estado fuerte porque el manejo de riesgos -como la salud, la enfermedad y la vejez- es realizado con mayor participación del gasto individual y porque la intervención estatal enfatiza la formación de capital humano. En contraste, los países con régimen proteccionista tienen un mayor manejo colectivo de riesgos y su política pública aún enfatiza en la protección social. En el régimen familiarista se encuentran Bolivia, Colombia, Ecuador, El Salvador, Guatemala, Honduras, Nicaragua, Paraguay, Perú y Venezuela. Tienen en común una modernización tardía o trunca, una transición demográfica menos avanzada, una historia política autoritaria, y una institucionalidad muy débil (que se expresa, entre otros aspectos, en que los programas sociales son inestables y de escaso alcance). Pero, si asumimos que la previsiones económicas para la región indican para los próximos años un crecimiento nulo y próximo a la estagnación, una crisis tanto de la financiarización exterior así como en general del modelo de la reprimarización energético-minera, un aumento de la informalización y una fuerte reducción de las políticas sociales, todo parece indicar que el régimen de bienestar familiarista se va a extender y va a asumir un rol protagónico en la región, al punto que muchos autores ya hablan de un certero perdurar del así llamado “familismo latinoamericano”. 

Intentamos graficar toda esta problemática para hacer más claros los procesos que se van dando en la región. Un modelo de equilibrio se podría presentar, más o menos de esta forma: 

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Es interesante notar como este régimen de equilibrio resulta ser fuertemente incompatible con los actuales patrones de acumulación y de decontratación de las relaciones laborales, y por ende ya no existe sino en forma residual y puramente ocasional. Sin embargo la retórica oficial insiste en pensar y declarar políticas públicas sobre la base de este modelo, como lo demuestra el auge de la así llamada y tanto de moda “corresponsabilización”, que en muchos caso es una cascara vacía sin mayores conexiones con la realidad de la actual coyuntura histórica. 

Otro modelo sería el estatista, que podríamos graficar de esta manera: 

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Contra este modelo ya desde los años 70 y 80 del siglo pasado se han venido ensañando las acusaciones del discurso neoliberal, obligando los Estados de la región a reducir las que eran políticas sociales a formas baratas de subsidios en forma de transferencias monetarias condicionadas, finalmente limosna institucionalizada que configura un modelo de neoasistencialismo absolutamente insuficiente para enfrentar las emergencias que como una avalancha amenazan el bienestar de la familias. 

El modelo que podríamos llamar “mercatista” se podría graficar de esta manera:

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Este modelo de régimen de bienestar es lo que se nos quisiera vender por parte de los exponentes del neoliberalismo globalizado. La vieja fórmula smithiana del “laisser faire, laisser passer”, en Latinoamérica más conocida como “teoría del goteo”, manifiesta una confianza de que el mercado tenga fuerzas autoregulatorias que al final van a beneficiar a todos. En realidad asistimos hoy a nivel global y también a nivel regional a una gigantesca redistribución de riqueza del trabajo al capital, con un proceso de concentración de recursos y una ampliación de las brechas distributiva y redistributiva entre una élite muy reducida de la población (los individuos por exceso de Castell), y una multitud excedente (individuos por defecto) que de hecho viene excluida tanto del trabajo como del consumo y se configura como excedente.

Otra posibilidad es un régimen de bienestar que se base sobre todo en las redes vecinales y comunitarias:

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No negamos que ello pueda funcionar sobre todo en situaciones étnicamente muy marcadas. Pero la tendencia general es la de una destrucción de las tradicionales solidaridades colectivas, aunque se dan también fenómenos que embrionariamente representan un importante intento de volver a entretejer estas redes de solidaridades, que seguramente cumplen un papel fundamental y no residual, pero tampoco central y primario, sino más bien de complemento y de integración. 

De allí que adquiere una absoluta centralidad el modelo familiarista: 

En este caso la familia cumple el papel preponderante y protagónico en el fatigante y no siempre logrado intento de garantizar un régimen de aunque mínimo bienestar. Le que significa enormemente la demanda social sobre la familia, lo que se traduce en una sobrecarga por la cual las líneas de tensiones pueden transformarse en líneas de ruptura. 

En este sentido podríamos representar de esta manera la evolución de la relación entre demanda social y carga o sobrecarga de la familia: 

En este desequilibrio que se ha venido constituyendo y agravando entre activos de la familia y la demanda social sobrecargada por el debilitamiento o la selectividad de los otros actores de afrontamiento de los riesgo, es muy probable que la familia misma se vea expuesta a una vulnerabilidad excesiva, que supera en muchos casos las capacidades endógenas a la misma familia de configurar respuesta generativas a los problemas que se presentan. Es el momento en que las líneas de tensión se puede volver líneas de fracturas:

Todo ello no quiere en lo absoluto desvalorar la capacidades de resiliencia de la familia, sino sí alertar sobre una visión mítica de la familia como una célula social que lo puede todo, pues si no hay una auténtica corresponsabilización de los distintos agentes sociales y una transformación del sistema, o por lo menos de sus más elementales brutalidades, también la narrativa sobre la familia como núcleo fundamental de la sociedad podría volverse barata retórica, nada más que un “flatus vocis” encubridor de responsabilidades sociales y políticas.

Para constatar este enorme crecimiento de la demanda social hacia la familia, sería suficiente reflexionar sobre estos tres cuadros estadísticos y que demuestran una siempre más fuerte brecha entre envejecimiento demográfico y envejecimiento doméstico, una siempre más fuerte presencias de jóvenes adultos en las familias de origen, y finalmente una presencia todavía más fuerte de estos jóvenes en fanilias monoparentales.

4.     Conclusiones

Es así como sigue fuertemente vigente el modelo del familismo latinoamericano. 

La tendencia que prima hoy no apunta a ampliar la cobertura por parte del Estado sino más bien a delegar al mercado, que a su vez resulta ser muy selectivo en absorber peso de la protección social. Por ende se asiste a un desplazamiento de las previsiones que antiguamente preveía el Estado hacia las familias y las redes sociales. Todo ello se traduce en una surte de orfandad de las familias, con una consecuente reconstitución semiclandestina e implícita de la familia extensa, pero en “contumacia”. En lo extremo se podría decir que la mayoría de la población depende sólo de arreglos familiares y comunitarios, en el marco de mercados laborales y políticas públicas excluyentes. 

En este sentido, todo parece indicar que la individualización y la desregulación han provocado en los últimos años un aumento en la demanda social a la familia de manera que la familia misma estaría operando como “amortiguador” o “fusible” de la modernización que antaño asumía el Estado. 

Y queda toda por investigar la pregunta sobre cómo todo ello gotea en la tónica, las dinámicas, el tejido o el destejido de la relaciones familiares, en los roles, el reparto de poder, las ritualizaciones y finalmente en el denso magma de las emociones, marcas, afectaciones cotidianas de que está constituida la sustancia dinámica y siempre inacabada de la familia.

Cada vez que hay dificultades políticas y económicas para generar un discurso de responsabilidad pública, se renuncia a ello afirmando que se trata de un tema privado. Y cuando en una sociedad con públicos y ciudadanía débiles se habla de privado, en los hechos se dice familia. No es que necesariamente sea malo que la familia asuma mayores responsabilidades, pero la pregunta fundamental es si el Estado, la sociedad, la economía le otorgan a las familias recursos adecuados para el ejercicio de dicha responsabilidades. 

Unas referencias bibliográficas

  • Arango, Molinier (Eds), El trabajo y la ética del cuidado, la Carreta editores, 2011
  • Guillermo Sunkel, El papel de la familia en la protección social en América latina, CEPAL, Santiago deChile 2006
  • Juliana Martínez Franzoni, ¿Arañando bienestar? Trabajo remunerado, protección social y familias en América Central, Clacso, Buenos Aires, 2008
  • A. V. , Trabajo y Familia: Hacia nuevas formas de conciliación con corresponsabilidad social, ONU-PNUD, 2009
  • Guillermo Monge Guevara y Sergio Muñoz Chacón, Informe Regional Trabajo y Familia. Documento deconsultoría. Tendencias del mercado de trabajo y cambios en las familias latinoamericanas, PNUD-OIT, 2008
  • Robert Castel, El ascenso de las incertidumbres, Buenos Aires, 2010

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